Este es un tema que me gusta especialmente porque me toca directamente.
Es como ese mar que te trae la ola una y otra vez.
Hace unos días leí en Instagram una publicación sobre el periodo de adaptación que realmente me enamoró y lo quiero compartir contigo.
Muchas veces se habla del periodo de adaptación como un proceso doloroso, de sufrimiento. De llanto. De angustia del niño y, me vais a permitir que personalice, de la madre.
"Nos venden la moto" diciéndonos que "hay que pasarlo", que "esto es así", que "hay que dejar a los niños llorar", que "son unos días malos y ya está".
Me vais a permitir que lo ponga en duda.
De todo esto voy a estar hablando con Lucía del Castillo de Ama tus Emociones en un directo en Instagram el Lunes 27 de Agosto a las 11:00 am
Te dejo su cuenta: https://www.instagram.com/ama_tus_emociones/
Si no podéis asistir, os compartiré el enlace al vídeo que grabaremos. Estará disponible en Youtube en unos días en el canal de Lucía y, si aprendo, lo subiré también a Facebook.
Dicho esto, hoy os voy a contar mi experiencia.
El curso pasado viví por primera vez este periodo de adaptación desde una perspectiva nueva. Desde el otro lado, como madre.
Yo, que llevo 10 años como maestra, poniendo corazón y muchos amor a los niños con los que he tenido el privilegio de trabajar, tuve que aprender lo que es estar en los zapatos de todas aquellas mamás que he conocido y han dejado a sus hijos en mis manos.
Cómo lo viví y qué aprendizaje saqué.
Cuando mi hija nació, como a muchas de vosotras, me arrasó un tsunami emocional que me puso la vida patas arriba.
Lo he contado en muchas ocasiones. Siempre soñé con ser madre.
La vida me hizo el inmenso regalo de hacer mi sueño realidad.
Y en este punto tengo que decir que YO SÍ lo viví como algo mágico y muy hermoso.
Entiendo que hay tantas maternidades como mujeres.
Tantas lactancias y crianzas como madres.
Y que cada una lo vivimos de una manera.
Por eso os vengo a contar cómo yo lo viví, por si os resuena y os es de ayuda.
Tras 10 meses intensos de crianza y maternidad a tiempo completo, me separé por primera vez de mi pequeña.
Pasé el verano anticipando un momento que no quería que llegara.
Sabía... Sentía... Que no estábamos preparadas. Que YO no estaba preparada.
Y aunque busqué ayuda, haciendo un taller sobre Adaptación Escolar con Miriam Tirado, no fue suficiente.
Durante los primeros meses de maternidad, las mujeres estamos con las emociones a flor de piel, muy sensibles y vulnerables. Es algo natural... Un instinto animal que nos hace conectar con nuestros hijos/as y vivir "alerta" 24 horas.
Cuando miro hacia atrás y veo lo que he aprendido en este año... Me parece increíble.
10 cosas que aprendí sobre el periodo de adaptación de mi hija
1. El periodo de adaptación no es NI DE LEJOS 3 días o una semana.
Ese es un tiempo que marcan muchas escuelas infantiles y colegios para "ir sumando horas".
Pero que no os engañen. Este tiempo es un tiempo "indefinido".
Será el tiempo que cada familia y cada niño necesite para "ser ellos mismos".
Digamos que habrá acabado el proceso cuando nos sintamos tranquilos, cuando estemos en paz.
Hablando del niño, sabremos que está adaptado cuando sea "el de siempre". Un niño feliz, que juega tranquilo, que se queda en la escuela como si fuera su segunda casa.
Como podéis imaginar, esto no se consigue en 3 días, ni una semana.
No puedo acotar cuánto tiempo necesitaréis porque es algo totalmente individual.
Cada niño, cada mujer, cada uno de nosotros somos irrepetibles y únicos, y por lo tanto, así será nuestro proceso de adaptación. ÚNICO.
2. El periodo de adaptación no pasa necesariamente por el llanto y el drama.
Aceptamos socialmente que es así. Como os decía, "que los niños tienen que llorar y es así".
Nos lo creemos. Nos convencemos como madres primerizas, porque nos lo han contado, que sólo hay un camino y que "no nos queda otra más que aguantar el chaparrón".
Hoy te vengo a contar que no es así.
Que puede que tu hijo:
- Llore al dejarle en la escuela.
- Esté más irritable.
- Duerma o coma peor en una temporada.
- Esté pegado como una lapa por las tardes para recuperar "el tiempo perdido".
- Tenga más rabietas que parecen "no tener sentido" pero que en realidad es un "te he echado de menos".
Todo esto puede pasar... O NO.
Cuando escolaricé a mi hija el curso pasado, empecé el periodo de adaptación con esa misma angustia que probablemente estés pasando tú.
Tenía ansiedad, me costaba dormir... Me resistía a lo que estaba pasando. A lo que estaba por venir.
Sólo empeoré las cosas con mi actitud y lo peor es que o no me daba cuenta o no sabía cómo pararlo.
Y es que mi intuición me decía que aquello "no estaba bien".
Tengo la suerte de tener una hija muy alegre que, hasta que empezó la escuela infantil, no se había puesto enferma de nada. Nunca.
Yo no sabía lo que era ver llorar a mi hija más allá de motivos como el cansancio o la incomodidad física.
Creía que estaba en mis manos su bienestar y su felicidad. ¡Qué sobrada iba!
Menuda lección de humildad me iba a dar la vida...
Quería confiar en que como tenía un apego seguro y siempre había aceptado los cambios y las personas nuevas con facilidad, en esta ocasión sería igual.
Y digo "quería confiar" porque no lo hacía.
Y es que el periodo de adaptación en muchas ocasiones, es más de la madre que del niño. Me explico.
Era yo la que me resistía a abandonarla.
Era yo la que no quería volver a trabajar.
Era yo la que no estaba preparada.
Era yo la que se estaba resistiendo al cambio y no confiaba en que mi hija iba a estar bien.
Porque sentía que nadie la conocía como yo. Que nadie la quería como yo. Que no iba a estar tan bien como estaba conmigo en ninguna escuela infantil.
Era yo, tristemente, la que influí en que su periodo de adaptación fuera un desastre total.
Sí. Fue un desastre.
Pasamos por el llanto y el drama.
¿Cómo puedo decirte que el periodo de adaptación no pasa por esto si justo estoy diciendo que es lo que vivimos?
Pues bien, yo no me sentía con fuerzas para dejar a mi hija en la escuela infantil.
Siguiendo el consejo de Miriam, desde ese lugar no podemos ayudar.
El primer día de escuela infantil, fue mi marido el que la llevó.
Si nos posicionamos como las niñas que fuimos, heridas y abandonadas, difícilmente vamos a acompañar correctamente en su proceso a nuestros hijos.
La buena noticia es que no tiene que ser así. Y os lo cuento porque tuve la suerte de poder vivir ese periodo de adaptación dos veces en un mismo curso.
Tras un mes y medio de lágrimas diarias, de noches sin dormir, de tardes de teta y brazos, de mucha culpabilidad, de visitas al hospital y al pediatra como nunca antes, de mocos, de vomitonas, de fiebre... Decidimos que aquello no podía ser y dimos de baja a nuestra peque en la escuela infantil a la que iba.
Vaya por delante que su profe ponía de su parte. Era simpática y cariñosa. Se notaba que tenía vocación y en la entrevista tuvimos una conversación muy agradable.
Pero, una vez más, no fue suficiente.
Mi hija se quedaba llorando día tras día. Y cuando la recogía, seguía llorando.
Para mí, hubo un día que marcó el punto de inflexión.
El día en que sentí: así no.
Era el tercer día en el que llevábamos a Luz a la escuela.
Me sentí positiva y fuerte para dejarla yo misma por la mañana.
Aparqué en la puerta y entré con una sonrisa, diciéndome a mí misma que aquel sería un buen día.
Cuál fue mi sorpresa cuando le pregunto a su profe:
- ¿Qué tal ayer?
Su respuesta:
- Bien. Estuvo llorando desde que la dejasteis hasta que se quedó dormida dos horas después. Pero cuando se despertó estuvo jugando un ratito. Es una pena que justo viniera tu suegra a buscarla.
Hoy se queda a comer. Mañana a dormir y pasado el horario completo.
¿CÓMO?
Saltaron todas mis alarmas.
¿Cómo que estuvo llorando durante dos horas?
¿Cómo que no me llamásteis?
¿Cómo que se quedó dormida de puro agotamiento?
¿Cómo se puede considerar que porque al despertar quisiera jugar un poco estuvo "bien"?
Me quedé sin palabras.
Sin posiblidad de reaccionar.
Me arrancaron a mi hija de los brazos mientras lloraba fuera de sí.
Me dijeron:
- Vete tranquila mujer. Está bien.
¿Cómo me iba a ir tranquila?
Apenas me dejaron despedirme de ella. Tuve que dejarla en la puerta (como es política en esa escuela infantil).
Salí de allí conteniendo mi propio llanto.
Me fui hacia el colegio donde trabajo (al que por cierto yo misma me estaba adaptando porque era nueva) totalmente colapsada. Indignada. Enfadada. Profundamente triste y desmotivada.
Llegué a la puerta de mi cole y llamé a mi marido.
- Esto es una mierda.
No puedo con esto. No quiero llevarla allí nunca más.
¿Te puedes creer lo que me han dicho? ¿Por qué no nos llamaron?
Voy a pedirme una excedencia. Seguiré con Luz en casa.
Y en el peor momento...
¡Zas! ¡En toda la cara!
Mi marido me escuchó muy serio y me dijo:
- Carol, no voy a permitir que hagas esto.
No pienso pasar otro mal año porque sientas que no quieres hacer esto.
Para.
Vas a entrar en el cole y te vas a recomponer.
Mañana hablo con Isabel y le pregunto qué ha pasado.
Pero no vamos a sacar a Luz de la escuela infantil y tú no vas a cogerte una excedencia.
¿Veis como digo que cada proceso de adaptación es único?
Mi chico lo estaba llevando de otra forma.
Quizá más práctico y menos emocional.
No le culpo. Hizo lo que pudo en ese momento y aunque no supo acompañarme en mi dolor, al día siguiente fue muy serio a hablar con la profe y le dejó claro que no íbamos a seguir ese ritmo.
Que no se quería a comer. Que haríamos las cosas más despacio.
Le perdono y le agradezco que intentara ayudar, a su manera.
Y es que cuando pedimos ayuda... Tenemos que estar abiertos.
Aceptar que los demás no hacen las cosas como nosotros. ¡Porque no son nosotros!
Desde el principio dijimos que no teníamos prisa. Que aunque no podíamos ir a dejarla y recogerla todos los días él o yo, iríamos al ritmo que Luz admitiera y no la forzaríamos, porque contábamos con la ayuda de nuestras madres.
Me resigné. Me tragué mis propias lágrimas y me arrastré por los días que vinieron.
Intentaba estar serena y aprovechar los tiempos que tenía con mi pequeña, dándole todo el amor que me nacía en forma de caricias, besos, juegos, cama compartida y tardes sin reloj en brazos y al pecho.
Luz se quedaba llorando cada día. Tenía algún momento bueno pero no mejoraba gran cosa.
Empezaba a remontar y a mitad de la semana se ponía enferma.
Otra vez pediatra. Otra vez fiebre. Otra vez ojitos malitos...
Pasado un mes, le dije a mi chico:
- Estoy haciendo esto por ti.
Estoy intentando tener paciencia pero me parte el corazón verla así.
¿Y si buscamos otra solución?
Abrir mi corazón, dejarle ver cómo me sentía, conectar conmigo misma me permitió conectar con él.
A él también le estaba matando que Luz lo estuviera pasando tan mal y se pusiera malita cada dos por tres.
Le dimos unos días más de margen y finalmente buscamos una alternativa.
Buscamos una persona para que la cuidara en casa.
Esta decisión es muy personal.
Hay gente que no confía "en una extraña" y no quiere "meter a nadie en casa".
Yo decidí hacer un ejercicio de confianza cuando conocimos a Lola. Una chica joven que desde el primer momento tuvo buen feeling con Luz y que siempre la trató con dulzura, paciencia y mucho amor. Justo lo que necesitábamos.
Luz ya no se ponía mala.
Estaba feliz.
Cuando yo iba a casa a comer podía verla y darle el pecho.
Los días ya no eran tan duros.
Llegó Navidad y Lola nos dijo muy preocupada que le había salido otro trabajo. Que era una oportunidad muy buena que no podía rechazar.
Vuelta a buscar soluciones...
Finalmente, encontramos a otra chica, que además era mamá.
Una chica que tenía experiencia. Que estaba totalmente alineada con nuestros valores y nuestro modelo de crianza. Con formación en pedagogía respetuosa y disciplina positiva.
Paso a paso nos acercábamos a lo que necesitábamos en la medida que nos permitíamos lo que queríamos y mejorábamos en definirlo y comunicarlo. Especialmente yo.
Tener a Marta con nosotros fue un regalo.
Luz se adaptó enseguida.
Realmente era como tener a una amiga en casa.
Me daba total confianza.
Su trato con Luz era amoroso.
Hablar con ella siempre era un placer.
Pasado un mes... De nuevo. Cambio de planes.
A mi marido le ampliaban el horario en su empresa (lo que era una buena noticia) y necesitábamos que Marta se quedara más horas.
A priori, di por hecho que, como estábamos tan contentos todos, ella querría ampliar su horario también. Pero no fue así.
Marta decidió rechazar nuestra oferta. Decisión que yo respeté aunque ciertamente me puso triste.
En ese momento fue cuando decidí que no podíamos estar cambiando de persona de referencia cada mes o dos.
De nuevo esa sensación de "esto no está bien".
Pensé... Sentí... Que era el momento.
Yo ya estaba preparada para intentar una nueva escolarización.
Luz era más mayor y ya había tenido experiencias de adaptarse a cambios de forma positiva.
La casa parecía quedársele pequeña y tenía cada vez más intereses y necesidad de movimiento que, bajo mi punto de vista, no estábamos cubriendo plenamente.
Fui proactiva. Fui resiliente.
Trascendí de la queja y me dispuse a hacer las cosas con responsabilidad y determinación.
Tuve la gran suerte de encontrar una nueva escuela que ha sido un antes y un después.
Elena y su equipo en Garabatos nos hicieron sentir muy cómodos desde el primer día.
Nos abrieron las puertas de su casa, porque Garabatos es nuestra segunda casa.
Nos ayudaron a sanar todas nuestras heridas.
Aproveché dos días que yo no tenía cole en Febrero para hacer "el periodo de adaptación" con ella, dentro del aula.
El primer día, Celia, la profe de Luz, me recibió en la sala de psicomotricidad con unos poquitos peques.
Luz y yo estuvimos allí, jugando, tranquilas.
Mi hija empezó a explorar el entorno. A acercarse a sus compañeros/as.
Yo, mientras tanto, pude hablar con Celia, contarle nuestra nefasta primera experiencia, y compartir con ella mi sentir.
Me dijo que teníamos libertad para estar allí tanto como necesitáramos Luz y yo.
Me hizo sentir que todo iría bien. Y así fue.
Pude comprobar de primera mano cómo trataba a los niños, cómo les hablaba, cómo gestionaba los conflictos, cómo era la rutina...
Dada la primera experiencia de la que Luz podía tener malos recuerdos, nos planteamos que sería un proceso sin prisas. Respetuoso.
Al lunes siguiente, mi madre me acompañó y fue ella la que se quedó dentro de la clase, yéndome yo a trabajar después de estar un ratito juntas.
En pocos días Luz era una más.
No hubo grandes dramas ni llantos.
Claro que algún día ha llorado un poquitín porque podía estar cansada o encontrarse un poco incómoda físicamente, pero Celia supo ganarse su corazón desde el minuto 0. Hemos estado en coordinación constante, ayudando a Luz en su proceso y avanzando con ella.
Estos meses en Garabatos me han hecho crecer muchísimo como madre y como persona.
Es un lugar donde no sólo mi hija está feliz y se responde a todas sus necesidades, sino donde yo puedo compartir mi sentir con otras mamás (algunas de ellas también maestras).
Es un espacio donde compartir y crecer. Donde te acompañan con ternura en cada paso de la crianza, como ha sido el destete o el establecimiento de límites de forma respetuosa.
En unos días tendremos que hacer un nuevo periodo de adaptación.
Luz y yo hemos pasado el verano juntas muchas horas. ¡Llevamos nuestra mochila bien llena de buenos momentos!
Celia no estará el próximo curso.
Abrazo y dejo ir...
Abrazo lo aprendido y dejo ir el miedo y la tristeza.
Confío en mi hija y en mi misma para afrontar los nuevos cambios.
Confío en la vida que nos sostiene y nos lleva por el camino que necesitamos para seguir creciendo y "floreciendo".
3. La escuela que elijo para mi hija debe ser de mi entera confianza
La primera vez que escolarizamos a Luz la llevamos a una escuela pública en la que yo no confiaba.
¿Y por qué la llevamos entonces?
Cuando fuimos a ver las escuelas infantiles de nuestro municipio, nos enamoró una escuela pública que yo sentía que sería "la escuela de Luz".
Sin embargo, la vida sabia, me llevó por todo el proceso que he contado.
No nos dieron la plaza en la escuela que queríamos, sino en otra del municipio.
Una escuela que, sin menospreciar a sus trabajadoras, ni trabajaba como yo esperaba, ni estaba alineada con nuestros valores.
Una escuela que, a pesar de haber hablado de lo importante que era para nosotros el respeto por los ritmos de nuestra hija, no cumplió con nuestras expectativas.
Vaya por delante que todo lo que cuento es nuestra experiencia personal de familia.
Sé de otros niños que van a esa escuela y están felices.
Para mí, la escolarización debe ser un proceso bonito, de aprendizaje, de ilusión. No de "tragar con todo porque no te queda otra".
4. Soy ejemplo
Yo, como Persona Altamente Sensible, ¿cómo iba a vivir el periodo de adaptación de mi hija y mi vuelta al trabajo?
Con intensidad.
Mi hija, que también es PAS, ¿cómo no se iba a contagiar de mi energía?
Ahora, con todo lo que he contado, es fácil entender cómo mi hija tuvo una segunda escolarización exitosa.
Yo elijo desde dónde vivo las cosas.
Si desde el miedo, la herida del abandono... O desde el amor y la confianza.
5. Tiro a la basura el saco de las expectativas.
Ya he hablado en otras ocasiones sobre el periodo de adaptación.
Podéis leerlo en estas otras entradas:
Otros años me tocó aprender que mis expectativas sobre cómo sería el curso se habían ido al traste al darme de bruces con la realidad.
Anticipar que van a llorar, que lo van a pasar mal... Sólo nos genera angustia.
Anticipar que todo va a ser perfecto, sólo nos lleva a la exigencia.
Creer que tu hijo va a reaccionar como el de tu vecina, sólo te lleva a la comparación.
He aprendido a fluir. A soltar lo que no puedo controlar. A confiar en mi corazón y en que aprenderé a salir adelante, en mi caso, normalmente por ahora, con esfuerzo y poniendo mucha conciencia.
6. La comunicación es fundamental
Yo soy una persona con una necesidad de comunicar grande.
Comunicar mi sentir.
Que no es la verdad absoluta. Pero sí mi verdad.
Aprendo a ser humilde.
Aprendo a hacerme cargo de mí misma.
Aprendo a no echar la culpa a nadie de las cosas que me pasan.
Isabel no tuvo la culpa de que Luz y yo no nos adaptáramos a la escuela donde trabaja.
Mi marido no tenía la culpa de que yo me sintiera tan mal o de que el periodo de adaptación fuera tan desagradable.
Marta no tuvo la culpa de que yo no quisiera más cambios para Luz y que hubiera establecido una relación con ella de apego tan grande.
Yo misma no tengo la culpa de que Luz se pusiera mala o de que llorara tanto la primera vez.
Aprendo a respetar.
A respetar a mi hija.
A respetarme a mí misma.
Aprendo a hablar desde el "yo".
Desde cómo me siento.
Aprendo a entender que mi sentir es sólo mío y que los demás sienten y actúan de otra forma y está bien así.
Aprendo a ver que todos tenemos un proceso de adaptación y crecimiento que nos pertenece sólo a nosotros.
7. Rodearme de personas que compartan mi sentir es de gran ayuda.En la primera escolarización de Luz, me sentía totalmente sola y desamparada.
No sentía que la vida nos estuviera sosteniendo.
El que no hubiera nadie que me dijera:
Te entiendo. Te veo. Tienes derecho a sentirte como te sientes,
era algo que yo necesitaba y de primeras, no tuve.
Un consejo gratuito y no pedido...
Rodéate de gente que sume. De gente con la que seas tú misma. De personas que no te juzguen, que te respeten, que te saquen sonrisas. De gente que te ayude a crecer. Que te enseñe y que te enseñe bonito.
8. A la hora de acompañar a mi hija, no debo "engancharme" a sus emociones.
Como PAS a veces es difícil no dejarse arrastrar por las emociones de los demás.
¡Mucho más si es mi hija!
Pero lo que he aprendido en este año es a decirle a ella lo que me digo a mí misma:
Te entiendo. Te veo. Tienes derecho a sentirte como te sientes.
Me sitúo como la adulta que soy. La madre que quiero ser. No la niña que fui.
9. Los autocuidados son una prioridad y no son negociables.
Este año he aprendido mucho sobre lo fundamental, que es quererme yo primero. Respetarme a mí misma.
Ese camino de ser "la mamá perfecta", que se olvida de sí misma para entregar todo a sus hijos/as sólo lleva a la carencia.
Hace un año yo no me permitía espacios y tiempos en pareja ni a solas más allá de una ducha o algún momento puntual.
No descansaba bien.
No dejaba ir a personas tóxicas por miedo.
Anhelaba el amor propio que me faltaba sin hacerme cargo de mí misma.
Había abandonado el ejercicio físico que tanto bien me hace.
Pasaba las 24 horas pegada a mi hija y no sabía ponerle límite.
En ese afán de "cubrir sus necesidad de apego" me negaba a mí misma.
Es un error.
Estoy en el proceso de comprometerme conmigo misma a ser mi prioridad y cuidarme como nunca antes.
Me perdono y me acepto.
Acepto que hace un año no sabía lo que sé porque no había vivido lo que me tocaba.
Hice un taller de meditación.
He hecho varios talleres para Personas de Alta Sensibilidad.
He trabajado con una psicóloga para superar cosas que me costaba hacer por mí misma.
Sigo trabajando en el desapego, en permitirme disfrutar y aprender cosas nuevas.
10. Mi hija es mi mejor maestra
No podía tener un nombre más apropiado. Luz.
Ella me ilumina.
Me ayuda a poner luz a mis propias sombras.
Me hace de espejo reflejando aquello que no acepto de mí.
Pero ¡ay!
Cómo consigo disfrutar con ella.
Es capaz de hacer desaparecer todo signo de negatividad.
Me hace reír.
Me regala ternura a puñados.
Centrarme en el presente con ella ha sido una de las grandes lecciones que me ha dado este año.
Cuando viene "el mono loco" a traerme fantasmas del pasado, a hacerme pensar en un futuro que desconozco... me digo a mí misma:
¡Quita mono!
Y me pongo a bailar con ella.
La abrazo.
Disfruto de cocinar con ella. De jugar. De dormirla en mis brazos.
Me río con su risa.
Me emociono hasta las lágrimas cuando le digo ¡bonita! y me contesta "bonita".
Me lleno de amor cada vez que le digo que la quiero y con cada palabra y cada gesto, la quiero un poco más.
Ya no pasamos horas enganchadas a la teta.
He conseguido hacer un destete respetuoso. Lento y con mucho amor.
Respetuoso conmigo porque no quería continuar y respetuoso con ella porque acompaño sus emociones cuando me lo pide y decido decirle "no cariño. Ya no hay tetita."
Justo ayer, a pesar de haber dormido 3 horas, me regaló un día precioso del que me siento agradecida.
Así lo describí en estas líneas que ahora comparto:
"Aquella noche apenas durmió. Sin embargo, como decía aquella canción "se va quitando poco a poco telarañas".
Como tantas noches desde que se convirtió en madre (y otras tantas anteriormente) se desveló pensando en tareas pendientes, ideas para el próximo curso y el recuerdo de algún alumno y familia que le robaron el corazón.
Fue entonces cuando, después de muchas vueltas, decidió levantarse y apuntar en un papel aquello que le robaba el sueño.
Se sentía tranquila pero su mente no le dejaba descansar.
Decidió que quizá leyendo se relajaría y los párpados se le acabarían cayendo, como suele suceder, pero no esta noche.
Su chico se despertaba a la hora habitual y ella no salía de su asombro al ver que ya eran las 7 y llevaba desvelada 5 horas.
Al poco de marchar él, el sonido de unos pasitos le hizo sonreír.
Su pequeña apareció agarrada a su pelota roja, abrazada a ella como si fuera un osito de peluche, sonriendo en silencio.
Y cuando creía que no podía ser más afortunada, su duendecillo le regaló un beso y un abrazo de buenos días.
Con su lengüita de trapo le pidió un poco de yogur que compartieron entre risas y miradas cómplices.
Y así es como, aún en penumbra, la niña iluminó con su mera presencia y ternura toda la habitación y cada rincón del corazón de su madre que se dijo a sí misma que bien valía estar despierta por ver esos ojitos guiñados, su sonrisa pícara y esas manitas preciosas apoyadas dulcemente a un lado de su cara."
Como tantas noches desde que se convirtió en madre (y otras tantas anteriormente) se desveló pensando en tareas pendientes, ideas para el próximo curso y el recuerdo de algún alumno y familia que le robaron el corazón.
Fue entonces cuando, después de muchas vueltas, decidió levantarse y apuntar en un papel aquello que le robaba el sueño.
Se sentía tranquila pero su mente no le dejaba descansar.
Decidió que quizá leyendo se relajaría y los párpados se le acabarían cayendo, como suele suceder, pero no esta noche.
Su chico se despertaba a la hora habitual y ella no salía de su asombro al ver que ya eran las 7 y llevaba desvelada 5 horas.
Al poco de marchar él, el sonido de unos pasitos le hizo sonreír.
Su pequeña apareció agarrada a su pelota roja, abrazada a ella como si fuera un osito de peluche, sonriendo en silencio.
Y cuando creía que no podía ser más afortunada, su duendecillo le regaló un beso y un abrazo de buenos días.
Con su lengüita de trapo le pidió un poco de yogur que compartieron entre risas y miradas cómplices.
Y así es como, aún en penumbra, la niña iluminó con su mera presencia y ternura toda la habitación y cada rincón del corazón de su madre que se dijo a sí misma que bien valía estar despierta por ver esos ojitos guiñados, su sonrisa pícara y esas manitas preciosas apoyadas dulcemente a un lado de su cara."
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