¡Buenos días pequeños y pequeñas!
Ayer empecé un curso nuevo en el CTIF Oeste, en Villalba.
Es un curso que en su título nos hablaba sobre "nuevas técnicas de lectura" y, como siempre estoy buscando formas de innovar y mejorar mi práctica docente, por eso decidí apuntarme.
Sin embargo, curiosamente, ayer no hablamos sobre metodología, ni nuevas formas de enseñar a leer.
Estuvimos hablando sobre el control del aula.
Sobre las normas, las rutinas, la forma en la que planteamos cómo se hacen las cosas...
Y no me refiero sólo a cómo enseñas Lengua o Matemáticas, sino a lo básico y fundamental:
- El orden en el aula.
- Las rutinas.
- El respeto hacia los compañeros.
- El volumen de voz que es aceptable.
- Las expectativas respecto al comportamiento de los alumnos/as.
Es muy recomendable dedicar un ratito a reflexionar no sólo sobre lo que estamos aprendiendo, sino sobre cómo lo estamos aprendiendo (y enseñando).
He aquí el inicio de una reflexión que me viene acompañando desde hace varias semanas, no sólo a raíz de este curso, sino de mi experiencia personal, como maestra y como coordinadora bilingüe.
Como madres/padres/abuelos y maestros/maestras, incluso, como personas individuales, fuera de la enseñanza, todos tenemos una intención al hablar, actuar, etc.
Por lo general, vamos a pensar y presuponer, que nuestra intención es siempre buena: ayudar, compartir, expresar nuestras ideas...
Pero la intención, por sí sola, no es suficiente.
A la hora de comunicarnos y relacionarnos con nuestros alumnos/as, hijos/as, compañeros/as, familia, pareja, amigos..., debemos guiarnos por varios factores:
- Intención.
Como ya dije antes. Definir lo que queremos.
Nuestros objetivos, nuestras metas.
- Intuición.
Independientemente de nuestros conocimientos (lo que hayamos estudiado, leído o aprendido por diferentes vías), hay un conocimiento en cada uno de nosotros que es subconsciente.
Sabemos algunas cosas, "sin saber muy bien cómo".
Por ejemplo, hay personas con las que conectamos "mágicamente", casi nada más conocernos.
Con esas personas, nos resulta fácil hablar y trabajar.
Hay "algo", en nuestro interior, (llámalo Alma, llámalo conciencia, subconsciente o como te guste más) que nos "dice" que podemos confiar en esa persona. Preguntarle lo que queramos, compartir cómo nos sentimos, nuestros recuerdos, nuestras expectativas... Sin miedo a malos entendidos porque, de alguna manera, reconocemos rasgos comunes (estilo personal, vivencias, valores comunes...).
Tengo la grandísima suerte de contar con algunas de estas personas a mi alrededor.
Algunas familias, tan queridas.
Mis compañeras Alicia, Pilar, Sara, Cristina, Maite y por supuesto, la gran Carmen Cardeñosa. Mi ángel. Que aunque no esté conmigo en las aulas, por los pasillos, va conmigo a todas partes, con sus sabios consejos y su buen hacer.
Personas que hacen mi mundo bonito y, al fin y al cabo, mejor.
Porque me acompañan en mis "locurillas". Porque me sacan las sonrisas. Porque me dan confianza y fuerza. Porque con su forma de ser y dirigirse a mí, son como una caricia en mi día a día.
No puedo salvo darles hoy y siempre las gracias por ser tan maravillosas como son y por todo lo que me ayudan.
Dicho esto, quiero que quede claro lo que siento y creo:
Dejarse llevar por esta intuición es bueno, aunque a veces, nos falla.
En ocasiones, dejándonos llevar por el corazón, prejuzgamos erróneamente a los demás: sean niños o adultos.
Metidos en nuestro propio mundo (nuestro punto de vista), siguiendo nuestros ideales, nos resulta complicado entender cómo la otra persona hace las cosas de esa forma, tan personal y diferente a la nuestra.
Nos frustran los "errores" de los demás.
Su falta de empatía, de detalle, de sentimiento, de delicadeza...
Sin embargo, debemos tener la mente, los oídos, los ojos y el corazón abiertos a APRENDER.
Darnos cuenta de que, aunque los demás sean diferentes de nosotros, aunque a veces "metan la gamba", también pueden enriquecer nuestro mundo, aportando cosas nuevas.
Además, no somos nadie para juzgar el camino de los otros.
Cada uno es consecuencia de sus vivencias y valores. Que quizá le vengan de familia, de generaciones atrás, de su infancia, de su pasado... ¡Y qué sabemos!
Lo que sí tenemos que hacer es conocernos bien a nosotros mismos y guiarnos por ese instinto. Ese olfato, que nos dice cómo debemos actuar en cada situación.
Hay que desarrollar nuestra capacidad de observación y análisis de la realidad.
- Seguridad.
Y aquí llegamos a un punto fundamental.
Hagas lo que hagas, tienes que hacerlo con convicción y fuerza.
Pongamos un ejemplo:
Tu hijo/a ha hecho una "trastada". Ha roto un vaso, ha pegado a su hermano, ha dicho una mentira...
Lógicamente, te enfadas.
Tienes todo el derecho de enfadarte o molestarte. No te lo niegues.
No obstante, siendo tú el adulto, la madre, el padre o la abuelita, debes pararte a pensar varias cosas:
1. Lo que ha hecho, ¿lo ha hecho con intención de hacer daño?
2. ¿Qué te está diciendo tu hijo con esa "trastada"? ¿Hazme caso, tengo miedo, me siento solo, me aburro, estoy perdido o confuso?
3. ¿Le habías dicho explícitamente lo que esperabas de él? Cómo tiene que hacer las cosas y qué consecuencias tienen sus acciones.
4. El castigo que decidas para él/ella, ¿se corresponde con sus actos? Con esto quiero decir que si es un castigo o "regañina" justa. ¿O acaso te estás dejando llevar por tu propio enfado y frustración, descargándote con él/ella, sin medir las consecuencias de tus palabras o tus actos?
5. ¿Vas a ser capaz de cumplir tus promesas o amenazas? Porque sino lo vas a llevar hasta el final, ¿qué sentido tiene el castigo?
Personalmente, yo reconozco que a veces me fallan las fuerzas.
No pasa nada. Somos humanos. Imperfectos y no por ello, menos bellos.
Ser consciente de nuestras carencias, nos hace buscar soluciones, si estamos decididos.
He aquí la clave: DECISIÓN.
Equivocarse, como alumno, como maestro o como educador, en general (monitor, madre, padre, abuelito...) no es malo.
Aprende de tus errores y avanza.
Lo malo es vivir en la incertidumbre.
Tener miedo de hablar, de tomar decisiones, de actuar.
Ir en contra de lo que uno siente y cree.
La contradicción interna que "nos mata", poco a poco.
Hay que encontrar la fuerza dentro de una misma. En tus ideas, en tus valores, en tu experiencia, en tus conocimientos, en tus emociones, para llevar a cabo un plan.
Pongamos un ejemplo:
Tu hijo y tú llegáis del cole. Le ofreces la merienda y le dices:
"Si no acabas los deberes, no hay tele/parque".
El niño, como niño que es, se pone a jugar, a dar vueltas, intenta "escaquearse", pierde el tiempo...
¡Para eso es un niño!
Tú, cansada, en parte por su conducta, en parte por todo lo que te haya pasado ese día, le avisas:
"Como no acabes, no vamos al parque". (Segundo aviso).
"¿Quieres acabar de una vez? (Tercer aviso).
"Me estás hartando. Acaba ya" (Cuarto aviso).
Y así podríamos llegar hasta el infinito.
Amenazas y más amenazas, que sólo consiguen enfadarte más a ti, que eres el adulto, y generar en el niño ansiedad o pasotismo, porque está aburrido de oírte repetir lo mismo una y otra vez.
Finalmente, acabas pegando el grito: "Se acabó. Te has quedado sin tele".
O peor "Mañana no hay tele".
Pero luego la tarde/noche es larga. Y como estás cansada, cuando tu hijo se empieza a poner "pesado", y te promete, jura y perjura que ya no lo va a hacer más, CEDES.
Al final, el niño gana: No ha hecho lo que tenía que hacer y además, ha hecho lo que él quería desde el principio, que es jugar y ver la tele.
ERROR.
Vamos a ver cómo podríamos resolver la misma situación de otra manera.
Llegamos a casa y HABLAMOS.
¿Cómo estás? ¿Qué tal el día? ¿Qué has hecho hoy?
Respuesta típica de tu hijo "Bien".
Tú, mamá, adulto, tienes que tirar del hilo.
¿Qué es "bien"? CONCRETA.
Vamos a sacar la agenda de la mochila, mirar juntos el horario y si tienes tareas para mañana.
Cuéntame algo divertido que te haya pasado en esta clase o en el comedor o con tu amigo o con tu profe de Inglés. (Ejemplos, los que queramos).
Es muy importante que tengas claro y que le hagas saber que es SU agenda, SU horario y SUS tareas.
Porque tú, mamá, tienes tu propia agenda, horario y tareas.
Cada uno tenemos un trabajo.
Con lo cual, la primera norma sería:
Al llegar a casa, "recoge tu mochila y saca tu agenda, de forma ordenada y tranquila."
Cuando nosotros concretamos exactamente lo que queremos: cómo y cuándo; el niño no tiene dudas. Esa seguridad, sólo te puede traer buenas consecuencias.
Por otra parte, hay y debe haber, un tiempo para hacer las cosas.
Las tareas tienen un momento, igual que el tren pasa a una hora concreta.
Si llegas tarde a la estación, el tren, se va.
Pasado ese tiempo, hay que retirar la tarea y pasar a hacer otra cosa.
Pasado el tiempo de los deberes, es el tiempo de descansar, de bañarse, de cenar, o de hacer lo que estimemos oportuno.
Luego ya concretaremos, acordaremos y le haremos saber a nuestro hijo qué pasa si no cumple con sus obligaciones. O, por el contrario, qué vamos a hacer para premiar el trabajo bien hecho (un paseo, leer un cuento juntos, un chocolate caliente, un baño relajante, una chuchería, una pegatina, un besito...)
Lo importante es darnos cuenta de que no cabe el enfado por ningún lado.
No hay avisos, no hay amenazas, no hay recordatorios.
Cada día, al llegar a casa, hacemos lo mismo.
Lo que pesa y tiene valor, es aquello que se repite de forma regular.
Un día, todos podemos dejarnos llevar y "despistarnos".
Un día, podemos olvidarnos el libro en el cole o no haber apuntado los deberes o tener que ir al médico, con lo cual, se nos hace tarde.
Ese no es el problema.
El problema es cuando siempre tenemos una excusa para cumplir con nuestra obligación.
De la misma manera que tú asumes, como madre, que tu deber es levantarte cada mañana y trabajar para que a tu hijo no le falte de nada, tu hijo debe comprender que su "trabajo", es cumplir con pequeñas responsabilidades A SU NIVEL.
¿Cuáles son sus responsabilidades? ¿Qué cosas podemos pedirles?
- Copiar los deberes en la agenda de forma limpia y ordenada.
- Recoger y sacar el material que necesite para hacer los deberes en casa o para llevar al día siguiente al colegio.
- Hablar con respeto a mamá y a sus hermanos.
- Esperar su turno, tranquilo, para hablar cuando dos personas están hablando.
- Decir la verdad siempre.
Normas sencillas, concretas y formuladas siempre en positivo.
Como ya he explicado en muchas ocasiones, es mucho mejor tener pocas normas, pero bien claritas, que no tener un montón de ellas que no cumplimos nunca.
Estando todo claro y bien definido, no hay miedos ni inseguridades.
Y, ¿si me equivoco?
Si te equivocas, mañana tienes la oportunidad de volver a empezar.
De hacer las cosas mejor.
De comunicarte de forma sincera y concreta.
De pedir perdón, si tienes que hacerlo.
De trazar un nuevo plan, si vemos que es necesario.
De premiar aquello que va bien.
En definitiva, de seguir avanzando y APRENDIENDO JUNTOS.
¡Feliz día bonitos míos!
Vamos a por el miércoles.