Visto el éxito de la última entrada acerca del mismo tema, hoy traigo un segundo post con ideas acerca de cómo manejar el comportamiento de los alumnos.
Todos los maestros y familias, tenemos en nuestras clases o nuestras casas, algún niño o niña a la que le cuesta cumplir las normas.
Personalmente, pienso que los niños no son malos. Ningún niño es "malo".
Sí hay comportamientos más o menos adaptados al entorno.
Después de estar investigando y reflexionando sobre este tema largo y tendido, me parece importante compartir esta idea.
¿Realmente es el niño el que se porta mal o eres tú el que se porta mal con el niño?
Piénsalo.
¿Alguna vez te has planteado cómo te sientes cuando te fuerzan a hacer algo que no quieres?
¿Cómo te sientes cuando hay algo que, por mucho que intentes, no te sale?
¿Alguna vez has pensado en cómo te duele cuando te dicen de una forma hiriente que te has equivocado?
Personalmente, son preguntas que yo me hago.
Quizá porque tengo una sensibilidad especial.
El título de este blog, y mi idea inicial, era "aprender a escuchar". Como decía, al comienzo de estos 4 años, ponerme a la altura de esos "locos bajitos" y realmente, llegar a ellos. A su corazón y esa magia tan bonita, que sólo tienen los niños y muy poquitos adultos.
El año pasado, compartí una experiencia que llevé a cabo en Lengua.
"Doña Desastre".
Y quizá eso sea yo en este momento... Una "doña Desastre", que parece un elefante en una cacharrería. Todo el día corriendo. Todo el día con cosas medio a hacer. Mil despistes, olvidos y desorden que me come por las orejas.
(Si queréis leer aquella entrada, os la dejo aquí)
En los últimos días, he de decir que confirmo mi sentir.
No me gusta ser profesora de inglés.
No.
No me gusta. ¡Y eso que no lo hago tan mal!
Yo hablo el lenguaje de las emociones.
Y me siento mucho más cómoda en castellano.
Es mi lengua materna. Una lengua que he aprendido y mimado.
Desde muy pequeña me gustó escuchar historias, ver cuentos, jugar y escribir.
Desde muy pequeña, he pasado horas hablando con mi madre. "Arreglando un poco el mundo", como diría la madre de mi chico.
¡Lo del inglés es otro tema!
Yo aprendí inglés de una forma muy natural porque mis padres me dieron la oportunidad de vivir muchas experiencias positivas al respecto.
Desde que tenía dos meses, todos los veranos íbamos a Inglaterra.
La música, desde que tengo uso de razón, mueve mi corazón.
Desde muy pequeña, rápidamente me aprendía las letras en inglés, que no me cansaba de escuchar, repetir y buscar incluso por Internet, cuando ya supe leer y tuve acceso a un ordenador con conexión.
También tuve experiencias académicas muy positivas.
Siempre se me dio bien. Desde los primeros cursos de Primaria, tuve un nivel muy superior a la mayoría de niños de mi clase.
Además, tuve la oportunidad de pasar un mes de nuevo, ya siendo más mayor, y yendo sola, en el sur de Inglaterra con una familia.
Una experiencia que recomiendo. Conocí a gente de muchos países con la que tuve ocasión de escribirme cartas durante mucho tiempo.
A la hora de empezar a trabajar, ha sido una puerta, claro que sí.
Una herramienta que me ha sido muy útil, pero que no siento mía.
A lo largo del tiempo que llevamos de curso, he estado reflexionando acerca del bilingüismo.
¡Qué gran reto!
Gracias al máster de la Universidad de Alcalá de Henares, he abierto los ojos a muchas cosas que, intuía, pero necesitaba confirmar.
1. La perfección no existe.
Tenemos una idea de esa persona que maneja dos idiomas de forma fluida, a un alto nivel.
"Dos nativos en una sola persona".
Pregunta... ¿Qué clase de nativo tienes en mente?
¿Acaso todos los ingleses, americanos o australianos que imaginas (o que incluso conoces) son eminentes ilustrados? ¿Catedráticos? ¿Filólogos?
¿Soy yo bilingüe? Sí.
¿Tengo el mismo nivel de fluidez, vocabulario y corrección fonética y gramatical en ambos idiomas?
No.
Es cierto que hay personas que nacen con dos idiomas. Uno que aprende con la madre y otro con el padre, desde casa. O bien, uno en casa y otro en el entorno más cercano.
Pongamos el caso de mi sobrina Carlota.
Lleva ya más de dos años viviendo en Zurich (Suiza).
En el colegio, en la calle... Se habla alemán.
Ella entiende mucho, pero habla poco.
En casa, cuando visitan España, castellano o catalán (por la familia paterna).
Ella entiende y habla mucho, aún con errores, a pesar de tener casi 6 añines ya.
¿Es beneficioso para ella el aprender un segundo idioma desde tan pequeña?
Según multitud de estudios, a ciertas edades muy tempranas no está demostrado el beneficio o perjuicio.
Sin embargo, según otros estudios (opinión que comprarto) sí lo es, SIEMPRE QUE se dé un refuerzo en su lengua materna, el castellano, para desarrollar lo que subyace a cualquier lengua: el pensamiento.
O lo que el señor Jim Cummins, llamó "Sistema Operativo central".
Todas las lenguas comparten unas funciones y, desde esa perspectiva, el aprendizaje de una lengua, beneficia al aprendizaje de la otra.
Sin embargo, planteo otra cuestión:
¿Se puede forzar el aprendizaje de un segundo idioma cuando no se tiene anclada la lengua materna?
No creo.
Realmente es una oportunidad.
¡Claro que sí!
Pero lo cierto es que siempre habrá una lengua dominante. Una con la que el niño, que luego será adulto, se sienta más cómodo.
¿Esto es fijo e inamovible?
No.
En función del entorno y la NECESIDAD, una de las dos lenguas podrá desarrollarse más que la otra, llegando a hacerla más propia que la materna.
Dicho esto, no quiere decir que aprender un segundo idioma no sea beneficioso. En absoluto.
Tiene muchas ventajas, pero también grandes implicaciones.
2. Gran cosecha, gran trabajo.
El curso pasado inicié la aventura bilingüe en mi colegio.
Y digo bien, aventura, porque esos niños y yo, hemos pasado de todo.
Risas, lágrimas, enfados, alegrías...
Grandes recuerdos que me llenan el corazón.
Me he volcado en ellos por completo, haciéndome responsable de sus resultados.
Y ahí sí que no.
Los niños son responsables de su propio aprendizaje.
Así debe ser.
Ni nosotros podemos aprender por ellos, ni ellos deben ser meros espectadores de lo que ocurre a su alrededor.
Si estudian, si se esfuerzan, si muestran interés, si participan, si preguntan, si comparten... Los resultados serán grandiosos, sabiendo también que la paciencia es un ingrediente fundamental a la hora de "cocinar" en el mundo del conocimiento.
¡Ojo! Esos resultados "grandiosos" no implican tener un 10. Me refiero a la evolución respecto al potencial de cada niño. Porque todos no somos iguales ni debemos serlo. Y por lo tanto, tampoco debemos ser evaluados y valorados de la misma manera.
A día de hoy, veo algunos alumnos en mis clases, con un nivel de comprensión del segundo idioma enorme. Están descubriendo y compartiendo conmigo la magia del lenguaje.
Rápidamente, van haciendo conexiones y dándose cuenta de detalles
- Significado de las palabras.
- Relación entre ambas lenguas: aspectos comunes y diferentes en cuanto a estructura y sonido.
- Spelling (u ortografía).
- Patrones en la terminación o composición de las palabras.
Ser testigo de esto, me parece simplemente maravilloso.
No quiero permitir que nadie empañe este momento, haciendo evidente todo lo que no sabemos, hacemos mal o nos queda por aprender.
¡Claro que hacemos cosas mal! ¡Estamos aprendiendo!
Si supiéramos todo en dos años, ¿para qué ir a la escuela?
Si yo, como maestra, también supiera todo, ¿para qué levantarme por la mañana?
3. Amor
Confianza. Respeto. Cariño y paciencia.
¿Una estrategia que estoy utilizando últimamente?
Cuando veo algún niño que se pone muy nervioso y se descontrola, en vez de regañar, especialmente en Infantil, digo, "ven aquí, cielo".
Dejo al niño entre mis piernas, sentada yo también en el suelo.
Primero en silencio, dejo pasar un poco de tiempo para que se calme.
Después, le acaricio la cara, le hago preguntas, le sonrío a poquito que esté mejor.
Le involucro en lo que estemos haciendo: leyendo o escuchando un cuento, cantando una canción, etc.
No tengo ningún miedo de mezclar idiomas en ese momento, dándole el refuerzo positivo en castellano, ya que, como digo, es su lengua materna, me entienden perfectamente y les llega mucho más.
En un tono tranquilo y cariñoso, le digo lo que me gusta y lo que no.
Le hago ver las consecuencias que tiene su conducta y, sobre todo, le doy la confianza que necesita.
Diciéndole lo bien que lo puede hacer, porque me lo demuestra.
Muchas veces digo:
¿Qué es portarse bien?
Les hago reflexionar y verbalizar conductas concretas.
Es muy importante que los niños tomen conciencia de cosas concretas que sí pueden hacer.
A mí estas frases de "ya no lo voy a hacer más", me dan hasta risa.
Normalmente, cuando me dicen "ya no lo voy a hacer más", yo les contesto:
¿Qué es lo que no vas a hacer más?
¿Moverte? ¿Pegar accidentalmente a un compañero?
1. No es cierto que no lo vaya a hacer más. Y no es porque sean malos. Es que tienen una energía que no saben controlar ni canalizar.
2. Una frase aprendida que suelto como un loro, igual que "lo siento", no vale para nada.
Muchas veces cuando los niños dicen "lo siento", no lo sienten en absoluto. No lamentan ni se arrepienten de su conducta porque simplemente son naturales.
Hacen lo que les nace en cada momento.
¡Qué gran virtud ser tan honestos!
Lo que sí tienen que comprender es la consecuencia de su conducta. Y sobre todo, tener un referente. Una conducta alternativa más adaptativa.
A veces se la tendremos que mostrar. A veces podremos tener un modelo en otro niño.
Formula en positivo.
Un ejemplo:
En vez de "cállate. No grites." --> "Habla más bajito".
Yo procuro hacer un "escáner" rápido y, en cuanto encuentro alguno que se esté portando como en ese momento hace falta, digo "Fulanito, very good!"
Parece como "magia", porque en realidad, todos quieren que les digas que ellos también están "Very good!". De hecho, se sientan bien y, algunos de ellos, dicen su propio nombre y "Very good!".
Porque sí. Todos necesitamos que nos digan que lo estamos haciendo bien.
Que nos den una palabra de aliento y ese gesto: guiño, abrazo, caricia, sonrisa... Que nos haga sentir que el esfuerzo merece la pena.
4. Adáptate tú.
Mira a tus alumnos o a tus hijos.
Obsérvalos.
Escúchales.
Fíjate qué cosas se le dan bien y le gustan.
Dale la oportunidad de demostrar lo bien que se le da algo y en ese momento, valóralo.
Dile cuánto te gusta eso que hace.
Saltar.
Bailar.
Cantar.
Pintar. Recortar y pegar. Modelar plastilina. Cualquier actividad con la que puedan, al menos, mover las manos.
Dales la oportunidad de canalizar su energía a través del movimiento y actividades cortas que disfruten y en las que tengan éxito.
¡Y disfruta tú también!
El entusiasmo es una cosa que se contagia. Si a ti no te gusta nada lo que estás haciendo, ¿cómo les va a gustar a ellos?
La motivación es eso, un "motor" que les pondrá en una mejor disposición para algo más difícil que te quieras plantear más adelante, cuando estén preparados. No cuando tú se lo impongas.
Cambia de actividad frecuentemente y de posición (de pie, sentados en el suelo, moviéndonos por el aula...)
No podemos tener a niños tan pequeños 45 minutos sentados y callados.
Muy pocos de ellos son capaces de aguantar.
Así que, pregúntate de nuevo
¿Es el niño el que se porta mal o soy yo la que me porto mal con él?